Intolerancia abordo

Ir en un transporte público tiene sus “incomodidades”, lo cierto, es que se debe reconocer la paciencia de muchos conductores ante las personas que llegan alteradas o sus modos no son del todo amable. Cuántas veces no hemos escuchado al niño llorar a todo pulmón y los tutores, ni se inmutan o aquellos niños que les da por patear al asiento de enfrente, las señoras que gritan porque avisaron demasiado tarde para bajar, o lidiar con el usuario que va inhalando pegamento escondiéndose con su mochila y gorra, sin importar que haya menores de edad. Con varios operadores con los que he podido intercambiar impresiones, sí destacaron que después de la pandemia las personas regresaron ‘más’ agresivas, más intolerantes, aunque ya con el tiempo han preferido hacer oídos sordos. Lo peor es cuando esta ansiedad e intolerancia se empieza a hacer colectiva, y esto me lleva a un episodio en el metro, línea 3 dirección de Indios Verdes a  Universidad, día de lluvia intensa en la que una señora, en el primer vagón empezó a gritar y decir groserías al conductor, y estación con estación empeoraba la situación de la usuaria, y se empezaban a sumar más hasta que opté por decirle: “Señora, este es un tiempo valioso para usted, aquí, aquí usted es usted, aquí no es la esposa, no es la madre, no es la ama de casa, no es la empleada que deba cumplir con las demandas de sus hijos, esposo o jefe, aquí es “su ratito” para descansar. Si se retrasa, es por nuestra seguridad, hay que comprender que los platos sucios, el polvo de la casa, todo estará en el mismo lugar esperándonos. Esos no se van…”. El mensaje surtió efecto y hasta empezó a socializar… O la señora que vio subir a un hombre al área de las mujeres en el Metrobús, le empezó a gritar improperios, hasta que le dije que se trataba del operador y que pidiera disculpas. Es tan pequeña la línea entre la empatía y la intolerancia… Comparte tu historia en nuestras redes sociales, encuéntranos como @Preventiva50.



Rosaura Cervantes Conde

Directora General