El gobierno de la ciudad de México lanza un ambicioso programa de Bonos de chatarrización para la modernización de unidades, la experiencia de esa magnitud la vivimos en la década de los 90 cuyo objetivo en aquella época era de una vida útil por 10 años, y ahora 30 años después, recién se está planteando la actualización de los mismos vehículos.

Hace treinta años experimentamos con todo tipo de dimensiones, algunos de los diseños sí estuvieron pensados en el usuario mayor al 1.80 metros de estatura, aunque otros ni siquiera para los que medimos 1.50m, en el que se combinaba la propia altura y desde luego el espacio entre asientos resultaba imposible para colocar correctamente las piernas; en otros, la altura del primer escalón para ingresar a la unidad también dejó mucho que desear convirtiéndose en una pesadilla y en un peligro ante los choferes desesperados que no calculaban el tiempo de descenso; el pasamanos también es otro tema, aunque la joya de la corona bien podría recaer en el pasillo, al que no puedo dejar de ligar con las frases “hagan bien las dos filas” y “recórranse bien hacia atrás”, en el que por la complexión física de los pasajeros a veces resulta imposible cumplir con tal petición, ya que los glúteos entre uno y otro pasajero quedan “pegados” y pasar por “en medio”, solo el pasajero experimentado lo logra, así que esperemos que en el compromiso por sustituir 5,800 microbuses se tomen en cuenta tales observaciones, además de pensar en las personas con movilidad limitada.

El otro rubro importante, es que las armadoras puedan cumplir con tal encargo en la sustitución de unidades, después de pandemia y una clara no demanda de unidades durante 30 años, seguramente la producción podría estar limitada.

Como usuaria solo queda dar las gracias a estos microbuses que dieron batalla en las calles citadinas, empinadas, empedradas, inundadas tanto por agua como de comerciantes, llenas baches y sobrevivir a los buenos y no tan buenos choferes.