Ser taxista, era convertirse en el centro de la familia
¿Dónde está el papá, el hermano, el hijo que forjó sentado frente al volante esas historias de superación familiar que generaron grandes profesionistas? ¿El papá que le dió techo propio a su familia trabajando con orgullo su taxi?
¿El hijo que sin el beneplácito de sus jefes agarraba el taxi para traer una lana extra a casa y pagarse sus estudios?
El taxi que era un preciado miembro más de la familia que sacaba de apuros en momentos difíciles y nos procuraba buena calidad de vida.
Tantas historias familiares de éxito, de solidaridad, de crecimiento en el ingreso familiar que construyó en gran parte a la Ciudad de México en su etapa de crecimiento. Aquellos años cocodrilos y cotorras que precedieron a la masificación del taxi.
Sí había fiesta, era el que pasaba por las ollas, y después iba por el pastel. En caso de emergencias, se convertía en la ambulancia de la familia y de los vecinos. Varios niños nacieron en un taxi. Y si alguien necesitaba hacer un trámite, o ir a una dirección desconocida, siempre se recurría para saber como llegar. Muchas veces, se levantaba solo sin tener para la “papa”, y después de un rato, regresaba con una “lanita” para la comida del día, y las tortillas calientitas.
El taxi, no era solo un coche, era un miembro de la familia, muchas veces hasta con nombre, y tenía su carácter, pero nunca te dejaba morir. Las largas jornadas, eran acompañadas por fotos de los hijos, de la familia, la imagen religiosa, acomodadas sobre el tablero. La inseparable “Guía Roji”, y la “Prensa” o el “Esto” por las mañanas, y la “Segunda de Ovaciones”, con su inolvidable página tres por la tarde no podían faltar.
La plática amena y las novedades del día, eran gratis. Había la confianza, la mayoría eran padres de familia, y algunos chavos que trabajaban por ratos para sacar pa´ su escuela, pero como era el coche del jefe, pues lo cuidaban. Pues sí, ser taxista, era convertirse en el centro de la familia